jueves, 25 de marzo de 2010

Día 01 - 16:00 Hs.

Era una mañana gélida en que mi consciencia sentía el efluvio de una nueva estación. Las hojas sepias de los árboles comenzaban su recorrido pendular hacia el agreste verde del césped que las recibía anhelante. En mi interior, mi consciencia desandaba quedamente los pasos que me separaban de ese desván esquivo, temido y misterioso donde iban a parar mis anhelos, traumas, frustraciones, muchas veces inconscientemente. Formas de pensamientos que se aferraban a mi mente como las hojas de esos árboles en el exterior pero, con la sutil diferencia de que no se desprendían para morir en un lecho de verdosa armonía. Ese árbol me estaba enseñando algo, en ese casi pasajero efecto visual. En ese desprenderse de las hojas muertas, en ese abrirse a lo nuevo de ese instante vital. Contemplo que el desván esta en penumbras. Una bombilla cubierta de polvo milenario apresaba a la luz que en destellos desesperados intentaba liberarse sin conseguirlo. La visión se hace difícil, brumosa. La consciencia se entorpece, pues solo siluetas se insinúan en ese escenario neblinoso. De pronto, algo se mueve levemente o me pareció a mí. Fue un temblor en la niebla que emocionalmente me inquieto, pues fue acompañado de un ruido imperceptible. Un ruido indefinido en algún lugar de la estancia. La inseguridad me generó temor. Despertó algún mecanismo del pasado en que mis pensamientos se dispararon sutilmente. Algo prieto se agazapaba en este desván; el temor, el miedo. El pensamiento genera el miedo. Viene a mi mente el dolor, el dolor psicológico que he experimentado en algún momento dentro del espacio-tiempo de mi vida y deseo que no se repita; el solo pensar en ello me genera temor. Veo que he establecido psicológicamente cierta seguridad, no quiero que esa seguridad se altere, porque cada incertidumbre constituye un peligro y por lo tanto surge mi miedo. He generado una forma de pensamiento que me condiciona, que es una defensa psicológica. Mientras el pensamiento, el recuerdo del pasado vivido esté presente mi temor persistirá en sus múltiples diferenciaciones, escindido, condicionando mi conducta, haciendo que mi vida esté alterada en múltiples conflictos emocionales. El hecho de vivir me genera inseguridad, pues mis pensamientos que están atados al pasado, por desconocimiento vivencial, no puede seguir el movimiento de la vida y eso me genera inseguridad. Esta comprensión hace que mi mente se aquiete. Esta percepción hace que la niebla se aplaque un poco y que aquella presencia a mi alrededor que me inquietaba haya desaparecido. El foco pareciera que ahora iluminara un poquito más. Mientras en el exterior, una hoja sepia desaparece de mi vista, mecida por el cierzo de otoño.

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